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Diario de Barrios

Segunda Aguada: el barrio de las miles de gente

Segunda Aguada atesora el extraño honor de ser una de las zonas más densamente pobladas de Europa. Y hay incluso (hago un inciso) quien considera que la solución es construir rascacielos allí donde termina el barrio. Ocurrencias aparte, se trata de un lugar eminentemente obrero, uno de los polos industriales históricos durante la Revolución Industrial, de familias sencillas, currantes, que en muchos casos se instalaron en los enormes bloques de hormigón en los primeros coletazos de la democracia. Además de todo ello, Segunda Aguada es mi barrio.

Un espacio de carreteras, cemento y bloques enormes de colores que distinguen y limitan las comunidades. Azul, blanco y celeste para La Curva, verde en San Mateo, marrón en La Cave. Y dentro, en las entrañas de los montones de ladrillos que conforman los hogares como colmenas, se desarrolla la vida. También la infancia, que busca vericuetos y rincones para esparcirse, liberarse, para reír y ser feliz.

Pregúntale a quien fuera niño o niña allí. Te contará que en las entreplantas y las macetillas servían como estadios para los partidos de tapones, como escondites improvisados o, simplemente, como lugares de socialización: juegos de mesas, pachangas con pelotas de trapos y charlas. Muchas charlas. Todo ello con el cuidado correspondiente a la hora de la siesta, conviviendo con las quejas de vecinos y vecinas y esquivando la riña.

Con el tiempo he llegado a la conclusión de que las macetillas, las entreplantas y las escaleras se trataban de trincheras de resistencia, de una virtud nacida de la necesidad. Porque en Segunda Aguada, con una gasolinera incrustada en su corazón, circulaban camiones en un tráfico constante, y sus plazas y plazoletas -en la que apenas existen zonas verdes o arbolado y los que existen se encuentran privatizados- están presididas por carteles enormes donde se prohíben los juegos de pelota.

La organización y la lucha vecinal han traído conquistas. La más notable vino con el nuevo gobierno municipal: que la carretera que la atraviesa de punta a punta dejara de ser industrial y, con ello, no pudieran circular camiones de carga por esas vías de rutina que cruza constantemente la gente para las tareas diarias. De esa victoria vecinal nació su Asociación de Vecinos, que hoy es referente en la ciudad por esa visión inclusiva y diversa que tiene del mundo. A aquel logro se suman otros: un parque infantil, carril bici, el nombre rotulado de Pedro Payán en una de sus plazoletas o la ampliación de las aceras de algunas de sus calles.

Pero queda. Existen necesidades por cubrir y por cumplir en una barriada que no cuenta ni con un centro propio de salud. Lo explica Antonio Peinado, presidente de la Asociación de Vecinos, que echa en falta sobre todo zonas de esparcimiento, de convivencia, de naturaleza e inclusión. A los pies de La Curva, un día caluroso de agosto, pueden concentrarse hasta cinco o seis grados más de diferencia que en otros puntos de la ciudad donde en vez del alquitrán crece la vida y el verde. Fíjense lo que implica en estos veranos de cambio climático y temperaturas más extremas. Fíjense lo que implica en una población que envejece y necesita cuidados.

Segunda Aguada necesita menos barreras arquitectónicas y más lugares para el paseo y la convivencia, quiere su colegio público abierto por las tardes y una existencia -que comienza en la infancia- más bonita y sencilla. Una existencia en las calles, en las plazas, en los patios y sus aceras y no en lo recóndito y el interior de nuestros bloques de hormigón que conforman su silueta y también su alma. Segunda Aguada necesita que sus miles de gente no sólo vivan en el barrio, sino que también lo vivan.

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