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Diario de Barrios

Guillén Moreno, la rebeldía solidaria

Cuando el franquismo bautizó al barrio de Guillén Moreno con el nombre de un gobernador civil del régimen, lo último que esperaba es que con el paso de las décadas su asociación vecinal llevara el título de Fermín Salvochea. Y, por si fuera poco, luciera los colores de la tricolor republicana en cada escudo, en cada camiseta de sus equipos deportivos y en toda la simbología que acompaña a esta asociación vecinal.

Porque Guillén Moreno nació rebelde, pero también solidario. Nació luchador, pero con conciencia de clase. Se construyó a la orilla de una carretera industrial que servía como eje de los barrios obreros. Un espacio donde había que realojar a mansalva a familias provenientes de otras zonas de la ciudad. Familias trabajadoras, de la industria naval o la aeronáutica principalmente. Unos sectores donde las diferentes reconversiones golpearon con fuerza, despidiendo, precarizando y llevando a la incertidumbre a tantos gaditanos que hasta entonces vivían con la tranquilidad del empleo estable.

Así creció y se desarrolló esa amalgama de bloques de hormigón y ladrillos que se extienden hacia el cielo hasta casi rozarse. Unos edificios de cordeles con ropa tendida, vecinas en los portales y olor a guiso que se escapa de las ventanas. Barrio de saliva y sangre. Barrio real y de verdad que aprendió a sobrevivir a cada reverso de las décadas. Tuvo que sobrevivir a la sangría de los Astilleros que dejó los diques tiritando por culpa del PSOE de Felipe González. Tuvo que sobrevivir a la heroína, a las jeringuillas en las escaleras, a algún asesinato macabro y al estigma. Sobre todo al estigma que siempre persiguió a la zona. Un estigma que, como en la mayoría de los casos, es injusto y nunca se ajustó a la verdad.

Porque las zonas deprimidas no nacen nunca por culpa de su gente, sino por los condicionantes sociales y las decisiones políticas que lastran y niegan el futuro. Y eso carga sobre sus espaldas un Guillén Moreno que, pese a ello, siempre peleó. Peleó para sí, pero también para Cádiz y para toda la Bahía. Allí fue la historia que quedó como leyenda en las manifestaciones del metal de los 90. Los antidisturbios cargando, los currantes resistiendo y defendiendo sus derechos. Y una lavadora desde el balcón contra los agentes que intentaban frenar con sus porras a unos padres de familia que luchaban por el pan.

Guillén Moreno, el barrio de los estigmas, pero también del arte y el deporte. Que pregunten por María Moreno, por Serrano Cueto o por Begoña García. Un barrio familiar, cercano, solidario, que exigió que el nombre de su farmacéutico quedara grabado en su historia, en sus paredes y su callejero. Y mientras en el Ayuntamiento nos perdíamos en mil trámites burocráticos, sus vecinos pusieron por su propia cuenta el rótulo del farmacéutico sin necesidad ni de institución ni de nadie.

Guillén Moreno, barrio de convivencia. Allí donde las vecinas sacan sus sillas de playa al portal y hacen un círculo de charla y carcajadas en las noches cortas de verano. Allí donde los vecinos salen a pecho descubierto cuando hay que defender al otro. Recuerdo una mañana de marzo de 2014, aquel año en Cádiz se produjeron 282 desahucios. Repito la cifra, 282 desahucios. Familias, rostros y madres rotas. Ese día, mientras trabajaba como plumilla, subí hasta el hogar de una de esas jóvenes, con tres hijos, a la que echaban a la calle. A los pies de su edificio se amontonó el barrio entero. Un cordón humano no dejó pasar a la policía y aplazaron aquel lanzamiento. Por entonces, no existía el protocolo antidesahucios que se puso en marcha con el cambio de Alcaldía.

Y aunque queda mucho por hacer, a aquel protocolo antidesahucios le siguieron otras conquistas para el barrio: la reapertura del Polideportivo Francisco Blanca, que cerró fruto de la especulación del ladrillo en los años del PP; la obra urbanística de la transversal, que conecta la ciudad y concluyó por fin el Segundo Puente; más de dos millones de euros de inversión en el arreglo del parque público de viviendas de hasta 11 edificios; la mejora del alumbrado viario; la ludoteca de la Biblioteca Adolfo Suárez, el parque canino, o la inauguración, por legítimo derecho, de la calle Alfredo Díaz.

Mejoras conseguidas, pero también las que faltan en un distrito donde no crece el verde y sus plazas son duras y de cemento. Donde faltan zonas de esparcimiento, donde la salud mental o bucodental son inaccesibles pese a la urgente necesidad. Un barrio que lo exigirá, que peleará y luchará por lo que es suyo y de los demás. Y si no se lo conceden, ten por seguro, que entonces lo conquistarán. Porque están acostumbrados. Porque la experiencia y la razón juegan de su parte.

Guillén Moreno

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