Santa María, Barrio de Resistencia
2 de marzo de 2023
Visitar la ciudad barrio a barrio, empaparme de la gente, de las calles y las esquinas y escribir sobre lo que fuimos, somos y seremos. Comienzo un diario de cada barrio de Cádiz, escrito con cariño, con humildad y con el deseo de una ciudad para todas y todos. Hoy, empiezo por Santa María.
Barrio de Resistencia.
Está escrito en la historia que el barrio de Santa María surgió cuando la villa medieval que era Cádiz por entonces comenzó a desbordarse allá por el siglo XV; pero en realidad, quienes conocen sus entrañas, aseguran que nació para resistir. Para echarse la ciudad sobre los hombros, para ser ejemplo cuando venían mal dadas.
Fue resistencia, desde sus azoteas, durante semanas después del Golpe de Estado en el verano del 36. Cuando republicanos y anarquistas vencidos en números, armas y efectivos seguían disparando desde lo alto de los patios de vecinas y vecinos que dan vida a las calles serpenteadas y estrechas. Santa María nunca terminó de doblegarse en toda la dictadura. En sus esquinas, y a oscuras, siguió el deseo y las ansias de vencer a la opresión.
Fue resistencia el Flamenco, lo gitano, la jarana y lo prohibido. Cuando no había títulos nobles de Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, cuando se miraban los diversos palos por encima del hombro y El Mellizo y La Perla dignificaban un arte que no tuvo reconocimiento hasta mucho tiempo después.
Fue resistencia a finales de los 80 y principios de los 90, en aquel contexto en el que le concedieron el estigma y el título de principal mercado de la droga. Recuerdo una tarde, justo una, cuando fui a visitar a mis primos. Bajamos a jugar a la pelota en la pequeña plazoleta que se forma a los pies de Teniente Andújar. El balón se quedó atrapado debajo de un coche y cuando fui a cogerlo me encontré con un reguero de jeringuillas. Un reguero de jeringuillas que se amontonaba en cualquier portal, en cualquier rincón, entre jóvenes de cuerpos enjutos que habían caído en el veneno y no sabían -ni podían- salir de él. Las madres de Santa María lucharon, salieron a la calle, señalaron a quienes se llenaban los bolsillos de la desgracia ajena y a costa de romper las ilusiones. Guardias vecinales. Día y noche. Al estilo de los rondas campesinas de Perú. Recuperaron su barrio.
Fue resistencia mi tía, que vivía en la calle Público a la orilla de la Merced, en los últimos meses de su enfermedad. Agarrada de mi brazo, del de mi madre, sus hermanas o sus hijas, caminaba hasta el Nazareno cada viernes por la mañana y escalaba hasta la Catedral Vieja, al Medinaceli, por la tarde, pese a los dolores y los pasos lentos.
Fue resistencia a la infravivienda y el hambre. Hasta 127 puntales se llegaron a contar en un patio donde, sin embargo, nunca faltaba la olla de comida de manera comunitaria y compartida.
Hoy Santa María no quiere resistir, quiere soñar, quiere vivir. Sin perder su esencia. Sin dejar de mirar de reojo a los viejos fantasmas del pasado que a veces sobrevuelan. Y se han hecho cosas, se ha puesto lo importante en el centro, como la nueva finca de Santa María 10, la potenciación del Centro de Arte Flamenco de la Merced o la que se está desarrollando en Botica para alquiler social.
Pero falta. Falta que la Junta se comprometa y erradique de una toda la infravivienda y los solares vacíos del barrio, faltan equipaciones, instalaciones deportivas, zonas verdes y de ocio donde la infancia juegue y conquistar derechos que lleguen allí donde se excluye lo que es esencial para la dignidad y la vida por cuestiones de dinero. Falta, a veces alegría, “sobre todo por las tardes”, cuentan sus comerciantes que conforman el tejido local, que han sobrevivido a una pandemia y tienen hambre y ambición por las calles y la gente de Santa María.
Pero se hará, se conseguirá, se abrirá el Campo del Sur por las tardes, se llenará de ilusiones, se seguirá luchando por el barrio.
Por todo el barrio. Sin exclusiones. Porque Santa María aprendió con la experiencia a resistir y nunca dejó de soñar y exigir lo que es suyo por legítimo derecho.
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