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Diario de Barrios

El Pópulo: donde comienza el mundo

Tres arcos: La Rosa, Los Blancos y El Pópulo. Un teatro romano. La Casa del Almirante. Adoquines que se pierden en los confines del tiempo. Una catedral vieja. A la orilla, una nueva. Vestigios de historia: fenicia, romana, medieval, también judía, esclavista y negra. También. Pese a que intenten borrarlo. La mirada al océano desde las torres miradores con el deseo de llegar hasta la otra orilla del Atlántico. Y en una de sus esquinas, colgado entre sus paredes -en el Bar El Malagueño-, un mosaico de su Cristo de El Perdón junto al que ondea una bandera arcoiris. Una imagen que criticaron, rechazaron y lapidaron los inquisidores de la moral. Y pese a ello, allí se quedaron ambos, el Nazareno y el pendón de colores, conviviendo para siempre. Porque tanto han visto sus calles estrechas a lo largo de los siglos, y hasta los milenios, que sus vecinos saben que todo cabe, que nada sobra… Excepto el odio.

El Pópulo es el barrio más antiguo de Europa, donde comienza Cádiz y también el mundo. Más de tres mil años de asentamientos ininterrumpidos. El primer núcleo de la ciudad que le debe su nombre al cuadro de una virgen instalado en una puerta de las murallas en el siglo XVI. A los pies de la imagen se podía leer: “Ora pro populo”. Un barrio que sobrevivió a civilizaciones, a la infravivienda, a la exclusión, a la represión fascista, a la pobreza y a la década de los 80, donde golpeó la droga con una violencia desmedida. Una época en la que el miedo y la inseguridad impedían hasta cruzar sus arcos.

El Pópulo, entre lumpen y portuario, de luces rojas y pasillos secretos. De marineros, estibadores, artistas, vedettes, prostitutas, callejones, alternancia y solidaridad. El Pópulo, un barrio del que tanto se ha escrito en los libros que yo prefiero recordar retales de lo que me contó mi padre a lo largo de su vida.

El Santi, arribita del Pay-Pay, patio de vecinos justo en la Calle Mesón. Mi abuelo que perdió el dedo en la estiba, uno de mis tíos que hacía de pimpi con los barcos venidos del extranjero. “Look and do it?”, le dijo un capitán de navío a uno de esos pimpis para que le vigilara y nadie robara la mercancía durante su estancia en tierra. “Yo me quedo al linquindoi”, respondió. Y así se quedó para siempre aquella palabra tan nuestra y tan mestiza.

El Pópulo de mi padre, necesitado del contrabando, de la leche en polvo de los americanos, del catolicismo rancio, de la alegría del Pay-Pay, del olor a sal en la calle Silencio. El Pópulo donde de pronto, en un hogar cualquiera, puedes encontrar un resquicio medieval. El Pópulo del movimiento vecinal, de mi querido Antonio el Malagueño, Pedro, El Seblón y comités vecinales. Quienes dieron la cara, quienes lucharon, se organizaron y sacaron adelante esta zona de la ciudad. Y aún hoy continúan la pelea, porque su barrio es parte irrenunciable de su existencia.

Un barrio reinventado, transformado, que ha pasado de la infravivienda a la inaccesibilidad por los apartamentos turísticos. Un barrio donde invadió la turistificación y hubo que frenarla con una ordenanza que regulara y permitiera la convivencia entre visitantes y autóctonos. Un barrio que espera que la Junta apueste de una vez por una de las mayores joyas patrimoniales de Europa: el teatro romano. “Que lo señalicen, que lo pongan bonito, que le den el sitio que merece”. También el Arco de Los Blancos: “Mira que lo hemos requerido veces y no nos hacen caso”.

Un Pópulo que espera que el Gobierno central ponga coto por fin al precio de los alquileres. Entretanto, no renuncia al conocimiento, al ocio, a la actividad y, sobre todo, a su identidad. Porque todo cabe, porque nada sobra… Excepto el odio.

El Pópulo de noches largas, de madrugadas eternas, de currantes, de gente humilde y solidaria, de ilegales, de la fiesta del orgullo, del mercado andalusí. Culturas y convivencia que se deben proteger.

El Pópulo por el que paseo de la mano con mi hijo, y cuando cruzo el Pay-Pay le señalo el balcón del primer piso. “Allí nació el Lalo” y él, que lo recuerda igual que ayer, sonríe con el impulso de subir al tiempo que, irremediablemente, siente también suyo ese barrio. Ese rincón de la historia del mundo.

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