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Diario de Barrios

Loreto y los mil muros que derribó en su camino

Hay barrios que nacen antes de que se hagan, que tienen que construir no sólo sus edificios, sino también su futuro. Barrios, que lejos de las urbanizaciones de lujo, tienen que pelear por lo más básico de la vida: un colegio, una plaza pública o un centro de salud. Loreto es uno de esos barrios que ha luchado hasta por el suministro de agua.

Nació al calor de la industria aeronáutica, de ahí que lleve por nombre la patrona de la aviación. Un rincón acordonado, rodeado de muros por Zona Franca, el Campillo y la vía del tren. Un espacio aislado, que sufrió carencias y hasta inundaciones. “La Venecia gaditana”, le llamaban, imagínense sus calles. Un Loreto que con las manos de sus vecinos agujereó las vallas de cemento que lo separaban del mundo para que los niños pudieran acudir como rutina cada mañana a la escuela.

Loreto. Una plaza pública como epicentro. Cadismo desde la pasarela que conectaba con el Estadio. Carnaval y chirigota clásica. Loreto, de raíces currantes, emigrantes retornados y de presente trabajador. En los cimientos del primer portal de Infante de Orleans se oculta un diario y unas pesetas de entonces que anunciaban la inauguración de un barrio que tuvo como primeros residentes a obreros del Instituto Nacional de la Industria.

Loreto. Muro que lo separa de Puntales. Muro que lo separa de la Zona Franca. Muro que lo separa del Cerro del Moro. También, la vía del tren, que no le deja ver el mar. Vallas. Muros. Y un movimiento vecinal que derribó a cada uno de ellos.

Loreto. Verano del 2014. Una vecina que avisa en la Plaza de la Fuente: “El agua huele y sale rara”. Un Ayuntamiento que obvia las reclamaciones, que le quita la razón, que ningunea las demandas de la gente. Mentiras y excusas. Y un corte en el suministro que se prolonga más de una semana. Entonces, regresan las movilizaciones, las de tantas conquistas a sus espaldas, y cortan las avenidas para que actúen. Presionan y exigen transparencia. De ahí se descubre que el dinero público que debió invertirse en las redes de saneamiento, se derrochaba para mayor gloria del Teofilato gaditano.

Loreto. Un barrio con sentimiento de identidad. Rebosa trajín su plazoleta cualquier día a mitad de la mañana. Bares, establecimientos, frutería, la farmacia -siempre presente- y movimiento de gente que se saluda por sus nombres. Qué bonito que en la vorágine del individualismo, en las calles de ese barrio los buenos días vengan acompañados de preocupación y cuidados colectivos: “¿Está mejorcita tu madre?”

Y en una de sus esquinas, en la frontera con la Sanidad Pública, su cole: el Fermín Salvochea. Un centro que tendrá numerosas mejoras para dignificar y hacer mejores los patios donde se desarrolla la infancia: una cubierta en la pista deportiva, escaleras para ganar en accesibilidad, árboles, eficiencia energética y plantas fotovoltaicas. Aunque faltan detalles. Por ejemplo, un camino seguro para los escolares cuando salen de las aulas: “Un paso peatonal elevado y pivotes que controlen las horas puntas, con eso nos vale”, explican desde la AMPA.

Loreto, donde la inversión primera con el nuevo Gobierno municipal vino acompañada de una mejora integral de las redes de abastecimientos. Porque el agua es un derecho. Porque con el agua no se especula.

¿Y ahora? Ahora se abre un nuevo camino. Mientras espera la promesa eterna del hospital, las obras de los viejos depósitos de tabaco comienzan a ser una realidad como espacio dinamizador. Porque Loreto ampliará sus límites. Primero hasta el Cerro del Moro con la apertura de unas enormes naves que vivían de espalda a la ciudad. También con la extensión de sus límites a través de las viviendas que se construirán en Navalips y colindarán con la Zona Franca. Y, por supuesto, con la necesidad de proteger lo que ya existe. De ahí que sea fundamental una obra estructural en la Plaza de la Aviación que evite los charcos los días de lluvia. “Esto es un sitio de paso y hay que arreglarlo”. Y así se hará.

Porque Loreto derribó sus muros para dejar de ser gueto, amplió sus fronteras para abrirse a la ciudad y recibió a los paisanos que tuvieron que emigrar en anteriores y a nuevas generaciones. Y, pese a ello, pese a todo lo que anduvo y caminó. Pese a todo los pasos que aún continúa dando, Loreto, barrio de medio siglo de historia y de historias, nunca dejó de ser Loreto. De ser y sentirse barrio. 

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