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Diario de Barrios

Bahía Blanca, el barrio que nació para ser distinto

Silencio. Mediodía de un sábado de primavera en Bahía Blanca donde prevalece la calma. El Levante sopla a menos y mece las copas de unos árboles que generan sombra en las aceras y el asfalto. Enfrente, presidiendo el barrio, las imponentes Puertas de Tierra. A la derecha la Bahía, el dique, las grúas de los Astilleros en una estampa obrera desde la balaustrada centenaria que cobija y alza a Bahía Blanca. A la izquierda, la calle Acacias -único trajín del entorno- sirve como frontera entre la zona residencial con una de las mayores rentas de la provincia, según el INE, y el resto de la ciudad.

Bahía Blanca nació para ser distinta. Así lo recoge el acta de una sesión plenaria del Ayuntamiento de Cádiz en el año 39. La intención del Consistorio de entonces era convertir la zona de los glacis, descampados por entonces de basura y donde se alojaban familias en exclusión, “en una elegante ciudad, al estilo de las modernísimas ciudades jardín de otras capitales y otros países”. Un barrio moderno de hoteles y con playa propia -playa privada- que pusiera en valor “la hermosísima Puerta de Tierra”. Quería el régimen franquista que el acceso a unos de los tramos de Santa Maria fuera de pago, así como los servicios, con el objetivo de conseguir que los vecinos de la nueva zona que se urbanizaría no se sintieran incómodos con sus paisanos de otra clase “por las condiciones de moral y educacionales así como por la promiscuidad y el abandono de otros elementos menos cultos”.

Sin embargo, aquel proyecto de hoteles, bloques de piso “de elevada calidad”, chalets en grupos con jardines y unifamiliares aisladas se vio paralizado y atrasado por la explosión que sacudió a la ciudad en 1947. El viejo polvorín de minas no sólo hizo temblar a Cádiz, ni a los centenares de gaditanos cuyas vidas arrebató, sino también a los cimientos y las entrañas del barrio.

Ahí hunde su raíz Bahía Blanca, que se hizo y también se transformó en sus décadas de vida. Sobre todo, en los 70, con la inauguración de un puente en el 69 que provocó que los apellidos más pudientes trasladaran sus hogares a los residenciales del Puerto de Santa María. Aquel éxodo trajo consigo también el derribo de chalés, el cierre del colegio alemán, y la transformación de uso. Ejemplo de esa adaptación a los tiempos y al fin de las unifamiliares es la Guardería Bahía Blanca, donde se escapan de las vallas las carcajadas limpias infantiles de unos pequeños y pequeñas que rompen el silencio del barrio y que son acompañados por unos cuidados impecables en esos primeros compases de existencia.

Y en todo ese tiempo, y en todos esos vaivenes, aparece inalterable en sus 160 años el Instituto Columela. Referente de la ciudad y del mestizaje. Historia viva de Cádiz. Lo sabe Pepe Pettenghi, vecino del barrio, amigo, y director del centro durante más de una década.

Porque Bahía Blanca ya no es únicamente aquella ciudad jardín, aquel barrio burgués, ni aquellos apellidos de relumbrón. Ahora, en sus hogares, también conviven funcionarios, trabajadoras, un tejido asociativo que fundó la asociación y una diversidad de negocios y comercios que han peleado para sobrevivir a crisis y pandemia. No ha sido fácil. Muchos, de hecho, se quedaron en el camino.

Bahía Blanca, donde se ha desarrollado el carril bici, se han mejorado las redes de saneamiento, se ha regulado el aparcamiento y ahora exige demandas como un alumbrado mayor y sostenible, un centro de salud, así como la transformación en la zona que colinda con la estación de tren y uno de los fosos de las Puertas de Tierra.

Bahía Blanca. Entrada de acceso al centro, vistas desde sus balcones al océano, viento que mece los árboles y calma. Bahía Blanca. De glacis que se transformaron, de ensoñaciones, de ciudad jardín. Bahía Blanca de gente que se reivindica, de gente que si se quedó fue, sobre todo, porque quiso.

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