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Diario de Barrios

Cerro de Moro, el barrio al que nunca le regalaron nada.

Apenas un kilómetro separa al Paseo Marítimo del Cerro del Moro. Y esos mil metros se convierten en casi un lustro de existencia. Porque una mujer que haya nacido junto al mar tiene una esperanza de vida de casi cinco años más que quien creció entre las fronteras de Alcalde Blázquez y Loreto. Porque el origen determina por más que los guardianes de la desigualdad y el neoliberalismo lancen mensajes con el falso barniz de la meritocracia. Porque existen quienes heredan un porvenir desde la cuna y, sin embargo, a los vecinos de una de las barriadas más noble y excluida de Andalucía nunca le regalaron nada y tuvieron que ganarse a pulso a lo largo de la historia cada aliento de dignidad.

El Cerro del Moro vio la luz entre las décadas de los 50 y los 60. Bajo un yugo franquista que ni siquiera se preocupó de la planificación y la ordenación más básica del barrio. Sin equipamientos, a base de promociones públicas de viviendas de baja calidad, masificación en los hogares y para realojar a familias procedentes de unas condiciones aún peores que las que ofrecía su nuevo destino. Familias que cargaron con un estigma que tuvieron que eliminar a través de la inquebrantable lucha vecinal. Lo recuerda Maeztu, el Defensor del Pueblo Andaluz, que con apenas 25 años llegó como párroco a unas calles sin pavimentar, con techos de uralita, problemas de droga y desempleo. A una zona con deficiencias en su alcantarillado y sin ningún tipo de mantenimiento y limpieza. Cuenta que para llamar la atención de las administraciones organizó un concurso de ratas y mandaron la foto de los campeones al Diario, que la publicó en portada. Una rata enorme de nada menos que dos kilos. A la mañana siguiente fueron a desratizar. Sólo así hacían caso al Cerro del Moro. Sólo así se construyó la historia de este barrio.

Sin embargo, el Cerro del Moro, lejos de los prejuicios de la droga y pese a cargar con una de las tasas más altas de paro, especialmente juvenil, es uno de los rincones del mundo donde más sentido cobra la palabra comunidad. Lo afirma quien creció desde una ventana con vistas al barrio. Lo asegura quien tiene amistades, compañeros y conocidos que labraron su presente con conciencia y corazón pese a las piedras en el camino. Porque el Cerro, quien lo conoce, sabe que es los currantes y las trabajadoras con la alarma en el despertador antes de que salga el sol. La solidaridad de las amas de casa, los trabajos precarios encadenados de tantos padres y madres que se acostumbraron a madrugadas sin conciliar el sueño por culpa de la incertidumbre. A los abuelos y abuelas que no conocen el descanso.

Porque el Cerro es Amigas al Sur, que surgió en lo más duro de la crisis, cuando golpeó con más violencia y era un privilegio poner un desayuno y un plato de comida encima de la mesa. Y al final, de tanto estrangular los números, de tanto pedir para los demás, de tanto esfuerzo en colectivo, se quedó para siempre, se abrió a otros barrios y se convirtió en ejemplo del tejido social de Cádiz.

Porque el Cerro son las barreras humanas para frenar el desahucio de una vecina a la que le vinieron mal dadas. Y en vez de criminalizar la pobreza en ese discurso del odio tan mentiroso y extendido, la gente se puso delante del portal, se entrelazaron los brazos e impidieron que una familia de niños pequeños se viera en la calle. Porque esa es la verdad del Cerro del Moro. Donde se han hecho cosas, donde por fin se ha priorizado: Carril Bici, Depósitos de Tabaco para que la Cultura y la alegría llegue a la zona, nuevo alumbrado público, mantenimiento en las redes de suministros, el cambio en Alcalde Blázquez, el protocolo antidesahucios para que no se repitan las imágenes de 2014 y la construcción de la promoción de Setenil, que ya es casi una realidad. Pero quedan promesas por cumplir.

Especialmente dos: el descampado donde durante décadas se espera un Hospital y la urgente séptima y octava fase de rehabilitación para paisanos de esta ciudad que sobreviven entre grietas, humedades y miedo por el desprendimiento del techo. Ambas cuestiones pertenecen a una Junta cuyas palabras nunca se traducen en hechos. Lo que pasa que es el Cerro del Moro. Gente humilde, luchadora, honesta y con hambre de presente y de futuro. El Cerro, al barrio desde el que me asomaba desde la ventana de la infancia, las personas que colindan con mi zona de la Curva, mis amigos de tantas tardes de fútbol, los que siguen saludando con un abrazo sincero por mucho tiempo que pase. Y ese barrio, tengan ustedes seguro, no hay presente ni futuro que se les pueda resistir.

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