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Diario de Barrios

Barriada, las mil viviendas de La Paz

Cuenta el tercer tomo de la Historia Urbana de Cádiz que José León de Carranza, alcalde fascista, tenía una obsesión urbanística de la que presumía: separar a Cádiz en dos según su clase social. Como línea divisoria la vieja vía del tren. A un lado, los barrios populares. Al otro, en la zona de la playa, la burguesía. De ahí nació la Barriada, la que aún las abuelas y abuelos la siguen llamando las Mil Viviendas por el número de casas que se construyeron en bloques altos de hormigón. Se inauguró en mayo del 68. Es curioso, mientras que el mundo hervía en ansias de revolución, el régimen franquista bautizaba esa parte de Cádiz (ganada al mar a base de hectáreas de relleno) con el nombre de La Paz para conmemorar los 25 años de ‘paz’ -y atraso- que la dictadura celebró en el 64 tras vencer al Gobierno legítimo de la República.

Allí, desde el polígono de los Corrales hasta Puntales, fueron realojados muchas familias gaditanas que hasta entonces vivían hacinadas en barracones, principalmente en el Casco Histórico. Familias humildes. Familias depositadas al costado pobre del trazo ferroviario. Familias a las que se le designaban hogares de primera, segunda o tercera categoría, porque hasta en la escasez hay clases.

El tren se soterró acertadamente en esos años que llegaba de Europa dinero público a espuertas y que sirvió para modificar los núcleos urbanos de toda España, pero la línea imaginaria siguió pesando durante décadas. Porque en Cádiz, los gobiernos municipales anteriores, han continuado trazando sobre el mapa de la ciudad una recta que separaba los barrios de primera de aquellos de segunda. Y porque en Cádiz, como también en el resto de los territorios, muchas de esas cantidades de subvenciones se derrocharon, se malversaron y se manoseó en vez de destinar cada céntimo a la gente. ¿Cómo seríamos si tantos miles de euros en autobombo y mamotretos hubieran tenido la ciudadanía como fin? No lo sabremos.

El caso es que en la Barriada fueron desapareciendo los jardines y lo verde por el hormigón y el cemento. Fueron desapareciendo promesas, como la del nuevo hospital, que sigue siendo un enorme descampado tan baldío como la palabra de la Junta. Sigue golpeando el desempleo. Se mira de reojo a la heroína, que tanto daño hizo en los 80. Y, como si una broma macabra del destino, sufren el hacinamiento en muchos domicilios, pues varias generaciones de la misma familia conviven bajo el mismo techo ante la precariedad del trabajo y la vida, según el último informe de la Asociación Pro Derechos Humanos.

Pero en la Barriada tampoco todo es gris. Y ha cambiado desde aquel mayo del 68. También desde que siendo niño, allá por finales de los 90, me acerqué una tarde hasta la Asociación de Vecinos de los Corrales para apuntarme en mi primer equipo de fútbol. Me acuerdo de Jesús, Rafi, Fuli, Caro, Quintero y Estiben, amigos aún hoy a los que el saludo acompaña el abrazo. Me acuerdo de aquellos viernes en el patio de Gadir y como con los años cambié de equipo, pero el destino seguía siendo la Barriada de La Paz y los campos de tierra que se enfangaban con la lluvia en el Complejo Pedro Fernández, primero, y el Irigoyen después. Las magulladuras, las rodillas ensangrentadas, los botes falsos del balón y la felicidad de crecer junto a una pelota que se volvía indomable cuando el Levanta soplaba con cuentas pendientes.

Esa es mi Barriada, la de mis primos, mi Tía Meli, el fútbol, el balcón a la Bahía, la humildad, la conciencia de clase y el viento. Esa es la Barriada de La Paz en la que se ha priorizado en los últimos años con cosas sencillas y otras más profundas. Arreglos en sus coles, en el polideportivo, la eliminación de barreras arquitectónicas, el arreglo de sus patios interiores, el carril bici o la nueva pista de atletismo, utilizando el deporte como elemento dinamizador. También, la limpieza integral de todas las tuberías y su principal colector. Algo que no se había hecho nunca y del que se sustrajeron más de 400 kilos de residuos.

Ahora, se van a invertir, íntegramente, cinco millones de euros como gran zona de regeneración Urbana.

Pero queda, pero falta. La recuperación del Buenavista que dote de equipamiento a la juventud, más arbolado, mejor iluminación Led, más espacios amables y, aunque escape de la competencia municipal, empleo. Una industria verde y sostenible para los Astilleros. Una apuesta de verdad por nuestra bahía, la que se observa desde la balaustrada donde se asoman las cañas de pescar.

Porque la Barriada le ganó las hectáreas al mar y ya le toca conquistar cada espacio de su presente y su futuro.

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