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Diario de Barrios

San Carlos, la balaustrada sobre el océano

Los despertares en San Carlos tienen el sonido de la infancia. Los pasos acelerados de los niños y las niñas camino de las escuelas y el instituto, las carcajadas blancas y las carreras que chocan contra un suelo de adoquines. San Carlos se despereza con la canción que suena desde el patio del colegio Celestino Mutis, uno de los más antiguos de la ciudad (data de antes del 38), entre los baluartes y las murallas centenarias, con el murmullo del Atlántico que choca de fondo y el olor a viento, a sal y también a pan recién hecho para el desayuno. Los amaneceres de San Carlos son los de una ciudad que sigue conservando el alma.


Cuenta la historia que este barrio armonioso y estético anclado al final de la Alameda nació a finales del Siglo XVIII. Un distrito que desarrolló el conde O’Reilly, gobernador de Cádiz por entonces, y que combinó dos necesidades de la época: la defensa de la ciudad y el aumento poblacional. Y de ahí, surgió San Carlos, hermanado en sus calles con los pueblos de Latinoamérica: Honduras, El Salvador, México o Filipinas. Por eso sus nombres. En una estructura de cuadrículas simétricas que sirvió de base para la primera ordenanza urbanística del municipio.


San Carlos huye del barroco y en sus seis manzanas se agrupan balcones, fachadas y patios de vecinos de corte neoclásico. Y arriba, en las azoteas, donde siempre se desarrolló la existencia verdadera, las torres miradores que se asoman al Atlántico conviven con los antiguos lavaderos en una coronación de los edificios que esconden unas vistas privilegiadas de Cádiz y también de la Bahía.
Y entre las calles estrechas de este barrio centenario se cuentan también las historias que componen los retales de esta ciudad. Los años 80, las primeras noches de movida, los conciertos en la Sala Comix, las madrugadas, que se hacen cortas en los bares de Manuel Rancés y una democracia que se sacude en Cádiz del letargo tras tantos años de opresión. Los lustros que transcurren, las décadas que se superan, la música, el rock, los botellines de cervezas, el suelo pegajoso, el cielo que se abre y así amanece un nuevo día, a sorbos, en el barrio de San Carlos, que aún guarda trincheras y refugios de noches inolvidables.

Y de otro espíritu rebelde, de los susurros del 15M o la recuperación de Valcárcel y del mismo deseo de romper las normas de un mundo capitalista, individualista y especulador, surgió otro de los proyectos que dieron sentido al barrio: el Centro Social La Higuera. En una finca abandonada, sin uso, un grupo de jóvenes dieron vida a un lugar donde no tenía cabida el odio, donde dibujaban otro modelo de sociedad distinto y donde crecía un árbol, que daba frutos (higos), en su azotea. Aquello, algo extraordinario dentro de lo ordinario y que consiguió la simpatía de todo el barrio, acabó presa del mercado para que allí se montaran, cómo no, apartamentos turísticos.


Sin embargo, pese a la especulación y pese a los años de desahucios, hoy San Carlos es indudablemente un barrio mejor que hace ocho años. Primero porque se frenó la sangría de la pérdida de hogares con la modificación del PGOU para frenar la turistificación. Y, además, porque se ha desarrollado una transformación profunda en sus principales espacios.


La peatonalización de Argüelles, acompañada de bancos y mesas para la creación de espacios amables, la eliminación del tráfico en los alrededores del Celestino Mutis. El nuevo patio del colegio público, acompañado además de la recuperación de varias bóvedas en la calle San Germán. Y, una de las obras más transformadoras de la última década en Cádiz: la recuperación de la Plaza de España. Un espacio seguro, amable, sin coches, que vivía de espalda a la ciudad y que ahora ha generado un rincón único.


Hoy, San Carlos tiene alma y brilla. Mientras aguarda la integración puerto ciudad y, sobre todo, cuando existe un proyecto sobre la mesa, muy avanzado, para recuperar las bóvedas de San Carlos y dotarlas de contenido junto al tejido asociativo de la ciudad en diferentes iniciativas. Queda poco para ello.
San Carlos, cualquier mañana, la mano de Matías camino de su cole, las filas de personas que desembocan en la nueva Plaza de España y, entonces, se suceden las carreras, las risas y las conversaciones atropelladas de la infancia y la adolescencia. El espectáculo de la vida. En toda su esencia.

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