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Diario de Barrios

Avecrem, un barrio por cicatrizar

Ya había explotado la burbuja inmobiliaria, la crisis comenzaba a notarse y a cebarse sobre la inmensa mayoría de las personas y, sin embargo, en un recorte de prensa, la exalcaldesa de Cádiz y su mano derecha, Teófila y Blas Fernández, aseguraban y prometían en ese enero del 2011 que el Pabellón Portillo, del que sólo quedaba un boquete enorme, víctima de la especulación y el ladrillazo y acumulaba cuatro años de retraso, estaría hecho en once meses. Al mismo tiempo cargaban contra la Junta del PSOE por la promesa incumplida de la Ciudad de la Justicia en el mismo barrio. Hoy, sigue la herida abierta de la instalación deportiva, la Junta -ahora con el Gobierno del PP- sigue sin poner un ladrillo de la Ciudad de la Justicia y, para colmo, el maltrato sistemático de la administración andaluza a la Escuela Pública ha dejado a la zona sin su colegio público de la Institución y todo lo que conllevaba en cuanto a instalaciones.

Hablamos de un barrio. Barrio del Avecrem para la gente. Barriada de España en su fundación. Hecha en tiempos del Franquismo. Iniciada su construcción en el año del 47, tras la explosión del polvorín y para realojar a los vecinos y vecinas de una ciudad que perdieron lo poquito que tenían. Y al dolor, la incertidumbre y el miedo se unió la destrucción del hogar. Barriada de España bautizada para gloria de un régimen que ni siquiera contabilizó las víctimas y las muertes de aquella negligencia de la Armada. Y una calle principal: 18 de julio del 36, fecha de la infamia que fue sustituida por el nombre del poeta: Antonio Machado.

Ese es el origen del barrio. La historia de su nombre, en cambio, lleva implícita la carga gaditana. Cuentan que los primeros edificios tenían dos colores, el blanco y el amarillo pollo. Es decir, los mismos colores del Avecrem. Estos tonos sumados al ADN de un barrio humilde y obrero, donde el olor a guiso de las ollas de familia inundaban el mediodía, trajeron consigo un sobrenombre que se quedó y perduró para siempre. Más allá incluso de la nueva imagen, con otros colores, en los edificios que bautizaron al barrio.

El Avecrem, barrio que nació de la tragedia. Barrio que sufrió durante décadas unas fronteras infranqueables. A un lado los cuarteles de Varela, una extensión militar que lo aislaba de la playa y el mar. Al otro, la soterrada vía del tren, que paralizaba su crecimiento y condicionaba la existencia. El Avecrem de entonces, de las extintas casitas bajas que poblaron primero la zona y los bloques de pocas plantas sin ascensor que acompañaron a esas edificaciones. El Avecrem, patios interiores, vecindad, comunidad, bares de toda la vida y la combinación de lo clásico y lo moderno.

Sus limitaciones fueron erradicándose con la evolución urbanística. Sin embargo, es quizás el barrio que más padeció esa España del pelotazo que se encomendó al ladrillo para que unos pocos se llenaran los bolsillos. Y hoy, siguen los solares baldíos y las promesas de lo que pudo ser. Algunas incomprensibles. Porque aquel Portillo de la infancia y la adolescencia nunca debió ser derribado por un PP de chanchulleos y fuegos artificiales.

Por eso, el Avecrem necesita hechos. Hechos como la Avenida Transversal que lo conecta directamente con el Paseo, el carril bici, la dignificación del Mercado de Rosario, las viviendas transitorias en Pueblo Gitano, el arreglo de sus plazas interiores, el avance en la operación del solar de las casas bajas o la ordenación del aparcamiento.

Además, ahora por fin, se ha aprobado el proyecto del nuevo Pabellón Portillo que tiene además partida presupuestaria. En los próximos meses comenzarán, por fin, las ansiadas obras. Proyectos que se suman a las viviendas públicas de García de Sola, así como dotar de hogares accesibles y espacios verdes el solar de Tolosa Latour, un terreno donde la Junta ni está ni se le espera.

Pero son promesas y el Avecrem, con todas sus letras, con su verdadero nombre puesto por la gente y no las instituciones, no cura sus heridas con promesas. Por eso exige: “Me moriré y no veré el Pabellón levantado”, dice un vecino cansado de discursos vacíos y con toda la razón del mundo. Pero sí lo verá porque quienes crecimos en torno a su parqué y sus gradas conocemos la importancia, no sólo para el barrio, sino para toda una ciudad que espera el día en que lo que fueron desgarros cicatricen para siempre, se recuerde como un mal sueño alargado demasiado en la noche.

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