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Diario de Barrios

La Laguna, entre música y pintura

“Mi barrio es un continente donde cada calle es como una frontera que sin aduana lleva hasta la playa a los niños descalzos”. Podría comenzar explicando que otrora, en otro siglo de esta ciudad, el barrio de La Laguna era un campo de tiro que convivía con una vaquería de buena leche. Que se le conoce como Laguna por acoger el punto más bajo de la ciudad, justo donde hoy se alza el estadio Nuevo Mirandilla. Ahí, se acumulaba el agua de la lluvia, que no podía salir de forma natural porque se quedaba atrapada entre la vía del tren y la carretera. Por eso, su bautizo. Podría comenzar mencionando nombres propios de apellidos compuestos y burgueses que hicieron allí sus huertos: Servando Martínez del Cerro Acaso, Elena Gomez-Pablos y Aramburu o Simón Bruzón Gallén, familias de relumbrón que vendieron sus terrenos a promotores cuando comenzaron a recalificarse y revalorizarse para construir allí los enormes edificios que lo conforman. Sin embargo, cuando hablo de La Laguna prefiero empezar con los versos que una noche de Final de Falla le cantó Juan Carlos Aragón a su barrio.

La Laguna tiene entre sus calles los nombres de 19 pintores. También el nombre de Manuel de Falla en una Escuela de Idiomas que antes fue un colegio y que cerró en esa cruzada permanente de la Junta (ya sea del PSOE o del PP) contra los centros públicos de la ciudad. En su plaza principal, además, convive un mural de sus vecinos Andy y Lucas. También lo son Kiko y Shara. Y, tras muchos años de lucha, un centro de salud para uno de los distritos más poblados de Europa que aumenta aún más su población en los meses de calor.

La Laguna. Una plazoleta, Pintor Clemente de Torres, que se tiñe de amarillo cada dos semanas. La Laguna. Y un estadio hasta el que peregrinan fieles los cadistas desde que se mudara allí en la mitad del pasado siglo el equipo de una ciudad. La pasión. Música, pintura y fútbol. La Laguna en los domingos largos y desesperanzadores de Segunda B. La Laguna en las noches interminables y felices de liguillas, ascensos y permanencias.

La Laguna de los bares cotidianos, del comercio local, de las tiendas de cercanía, de fronteras marcadas entre dos avenidas. La Laguna. Plaza de Reina Sofía de vecinas a la fresquita. La Laguna de los Bruzones. La Laguna del Bidón, centro neurológico de lo colectivo, espacio de dinamización que, con mucho esfuerzo y pese a las dificultades burocráticas, se ha conseguido recuperar para su gente. La Laguna de cuestas a su entrada y su salida. La Laguna y la necesidad de cumplir una reivindicación tan histórica como justa: una parada de bus.

La Laguna que ya no mira con miedo las trombas de agua que inundaban sus carreteras y aceras. Y que provocaba que, con mucha guasa, se fotografiara alguno con una moto acuática para denunciar la desgracia mientras se derrochaba el dinero de la empresa municipal que debía encargarse del saneamiento. La Laguna que contará en la Plaza del Telegrafía con un espacio de deportes urbanos, al aire libre: calistenia, parkour, gimnasia de mantenimiento y skate. Así como la mejora y el refuerzo de sus parques infantiles y de envejecimiento activo. La Laguna con un nuevo alumbrado público, con espacios sostenibles, de convivencia y refuerzo del transporte público. Y una biblioteca, que ya está proyectada, en los nuevos depósitos de tabaco.

“Mi barrio es gaditano, con traje de verano”, seguían los versos. Mientras el autor de Los Ángeles Caídos prometía amor eterno a su barrio. No hizo falta que volviera, como prometió en la letra, porque desde aquella madrugada de febrero para Cádiz, para sus vecinos y vecinas, nunca se fue de las entrañas y el alma de La Laguna.

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