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Diario de Barrios

San Severiano, el barrio que nació de la explosión

Fue tan fuerte el ruido que todo quedó en silencio. Fue tan oscura la explosión que se vio arder el cielo lleno de colores vivos. Explotó el polvorín de San Severiano en aquella noche de agosto de 1947. Y de la tragedia, del dolor y la necesidad nació después un barrio en el que transcurre con parsimonia la vida. Un barrio de casas bajas, de viviendas pequeñas, de patios interiores limpios, cuidados y donde se acomodan los recuerdos de infancia de quienes habitan los hogares de la zona. San Severiano, de soportales y árboles antiguos. Encallado entre la Avenida de Astilleros, la imponente silueta del Corte Inglés y Guillén Moreno. Ahora, al menos, tiene salida por la Avenida Sanidad Pública, que antaño ocupó la vieja vía del tren.

Sus fachadas hablan de décadas de existencia, unas paredes que acogieron el realojo de los vecinos y vecinas que se quedaron sin nada tras el fuego del viejo almacén de minas. Y de los barracones derruidos y de las fincas con dentelladas por la violencia de la onda expansiva emergió los primeros edificios, de pocos pisos, en un San Severiano en el que asoman los vestigios de aquel acontecimiento histórico como un reto al tiempo y un guiño a la historia.

Hoy, en San Severiano convive el interior del barrio con un exterior de estructuras nuevas, de la reciente urbanización de la comandancia, la apertura de un Mercadona o la circulación en calles recién estrenadas. Ahora, en San Severiano, se intercala el ritmo rápido del exterior, el trajín y las prisas con el silencio de sus patios de vírgenes, bancos, árboles y sombras. Actualmente, San Severiano, cualquier mañana, es una convivencia de las carcajadas juveniles del alumnado de su instituto y la calma mansa de las callejuelas de sus entrañas.

Porque San Severiano se abre a los nuevos tiempos sin perder el anclaje con las décadas de los 50 y los 60. Porque desde San Severiano se ven carteles luminosos que anuncian cadenas de multinacionales y, al mismo tiempo, en un rincón de la calle Enrique Calvo, un jardín protegido por una pequeña valla rosa y cuidado por los vecinos del entorno.

San Severiano, el que recuerdo, de una infancia ligada algunos años a un Centro Berchmans que le daba alma y hoy permanece cerrado. Un espacio que se debe recuperar para que su gente lo transforme en tejido vecinal.

Y que no se quede ahí, porque San Severiano necesita la apuesta decidida de una Junta que sólo se acuerda de su instituto, referente en la provincia, para recortar en Escuela Pública, también la rehabilitación de un Carmen Jiménez donde sobrevive como puede el tejido asociativo, la apuesta por su zona verde, por un Parque del Ficus que vive de espaldas al barrio, la instalación de zonas infantiles y de convivencia así como la regulación de unos precios de los alquileres que ahogan a quienes apuestan por el comercio local en el barrio.

Se necesita esa apuesta tras operaciones tan necesarias en el barrio y su entorno como la apertura de la Avenida Transversal, que lo conecta con el otro extremo de la ciudad, el carril bici o la implantación y mejora de su arbolado. 

Medidas que seguirán incrementándose con el cuidado diario de un barrio que nació de la herida, que la cerró, que supo curar y crecer sin olvidar su origen. San Severiano que nació de la explosión e hizo su vida en torno a los cuidados, los patios, la convivencia y los contrastes. Desafiando los límites que le quiso imponer la historia.

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